En María, el Hijo de Dios se hizo hombre
para que nosotros, por su Pasión y cruz podamos llegar a la gloria de la
resurrección (cf. 1.ª orac.). Y esto fue posible gracias a su fe, con la que
aceptó obediente el anuncio del ángel: «Dichosa tú que has creído» (Ev.). Esa
obediencia es la que tuvo el Hijo desde el momento de su encarnación: «Aquí
estoy para hacer tu voluntad» (2 lect.). María, con el Hijo de Dios en su seno,
es el arca de la Nueva Alianza que visita a Isabel. Y con ella nos dirigimos
hacia Belén donde nacerá el jefe de Israel (cf. 1 lect.). El Espíritu Santo
sigue haciendo presente a Cristo en la eucaristía (orac. sobre las ofrendas).