Un aspecto importante de la evangelización
es la religiosidad popular o piedad popular, como han preferido llamarla Pablo
VI y Francisco. Lo primero a tener en cuenta es que la situación en que se
encuentra la religiosidad popular no es la misma en unos continentes que en
otros, debido al mayor o menor grado de increencia, secularización y paganismo existentes
en los diversos pueblos.
En la exhortación Evangelii gaudium el papa Francisco pone de relieve que los pueblos
que han inculturado el Evangelio son agentes de evangelización porque al
trasmitir su cultura trasmiten, al mismo tiempo, la fe entrañada en ella. Desde
este principio recobra importancia la piedad popular porque al ser «una
verdadera expresión de la acción misionera espontánea del Pueblo de Dios», cuyo
agente principal es el Espíritu Santo, en ella «subyace una fuerza activamente
evangelizadora que no podemos menospreciar».
Estaríamos ciegos si no viéramos en la
religiosidad popular sus límites. Comprobamos que está expuesta a deformaciones
religiosas, incluso a la superstición, y que con frecuencia se queda en simples
manifestaciones culturales sin que
sus prácticas lleven a una adhesión sincera a la fe. En ocasiones, cuando
los dirigentes no son verdaderamente cristianos
tienden a valorarla
simplemente como expresión
de la tradición
y costumbre populares. Por estas
y otras razones, durante un
largo tiempo, se
ha mirado la
religiosidad popular con desconfianza.
Fue Pablo VI quien dio a la religiosidad popular
un impulso decisivo
en la exhortación Evangelii nuntiandi. En las últimas décadas está siendo objeto
de revalorización porque,
entre otros muchos valores, «refleja una
sed de Dios
que solamente los pobres y
sencillos pueden conocer»,
acrecienta la generosidad y el sacrificio y destaca la providencia
paternal y amorosa de
Dios. Es más,
el papa Francisco hace suya una cita del Documento de
Aparecida en el que los obispos latino-americanos afirman que
la piedad popular
«es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse
parte de la
Iglesia y una forma
de ser misioneros».
En esta hora de la nueva evangelización,
tenemos que hacer un esfuerzo conjunto para corregir, alentar y fortalecer la
piedad popular con el fin de que sus expresiones sean verdaderos cauces
evangelizadores y misioneros. A los pastores nos corresponde acercarnos a la
piedad popular «con la mirada del Buen Pastor que no busca juzgar sino amar».
Tomas
Villar Salinas