La
Compañía de la Cruz es una Congregación religiosa católica conocida también
como Hermanas de la Cruz que fue fundada en Sevilla el 2 de agosto de 1875 por
Sor Ángela de la Cruz. Su llegada a Ciudad Real se remonta al año 1954, en
concreto al 11 de mayo día en el que fue bendecido su convento por el obispo
Echeverría, siendo la fundación número 46 de España. Por primera vez la
comunidad, son ocho hermanas, abre sus puertas a un medio de comunicación para
explicar la labor que desarrollan en Ciudad Real, siguiendo el camino marcado
por la fundadora, visitando enfermos y necesitados en sus casas. La puerta de
su convento está siempre abierta para atender a los que nada tienen, y con su
vida de amor y su entrega son sal en el mundo, testimonio de pobreza, de desprendimiento,
de humildad, de vida religiosa íntegra y coherente
Prefieren no decir sus nombres. Quieren
permanecer en el anonimato y huir de cualquier protagonismo personal. La
comunidad de las Hermanas de la Cruz de Ciudad Real la integran en la actualidad
ocho hermanas, todas españolas y de todas las edades. Y permanecen, 145 años
después de su fundación, fieles al camino de Sor Ángela de la Cruz “hacerse
pobre con los pobres para llevarlos a Cristo”.
La presencia de las Hermanas de la Cruz
en Ciudad Real se remonta al año 1954, en concreto, al 11 de mayo, día en el
que el obispo Emeterio Echeverría bendijo el nuevo convento que siempre ha
estado, y está, en la Plaza de Santiago, enfrente de la parroquia del mismo
nombre. Llegaron a nuestra ciudad de la mano del Padre Castro, párroco de
Santiago, siendo esta fundación la número 46 de España. Al frente de ella,
entonces, Sor María de la Cruz que fue la primera superiora de las Hermanas de
la Cruz en nuestra ciudad.
La comunidad de las Hermanas de la Cruz
es una de las más queridas en nuestra ciudad, llevan a cabo una enorme labor
social en favor de los más necesitados. Cabe recordar que fue distinguida por
el Ayuntamiento, en el año 1997, con el título de “Ciudadano Ejemplar”.
Visita
a los enfermos en sus domicilios
Su misión principal es la visita a los
enfermos y asistirlos en sus domicilios. Fieles al carisma del Instituto, y
continuando el camino marcado por la fundadora, estas ochos hermanas siguen
visitando enfermos y necesitados en sus casas, en la actualidad son más de 15
las mujeres que atienden. Si es necesario les preparan la comida, las velan,
las curan, las asean y les llevan “el consuelo de Cristo que los ama y se
preocupa por ellos”. Además, tienen pequeñas residencias para ancianas desvalidas,
con alrededor de 15 plazas, en Alcázar de San Juan y Puertollano.
Hasta hace muy poco, ahora no pueden
hacerlo por falta de hermanas jóvenes, acompañaban también a los enfermos por
la noche en sus domicilios o en los hospitales.
Afirman que en esta ciudad hay mucha
soledad y muchos enfermos que, por falta de personal, no pueden visitar como
quisieran. La lista de personas que necesitan ayuda y compañía es amplia,
quisieran llegar a más, pero son las que son, ocho.
Hasta los servicios sociales han
recurrido a ellas en algunas ocasiones. La más reciente, para atender a una
mujer mayor, un caso ‘desastrado’, que no abría la puerta a nadie en su
domicilio. Tras varios intentos, las Hermanas de la Cruz lograron que les
dejaran entrar y poder atenderla. La bañaron, la pudieron arreglar, le cortaron
las uñas que hacía dos años que no se las cortaba, limpiaron y arreglaron la
casa. “Era una mujer muy linda, ahora está en una residencia”.
Las personas a las que visitan,
fundamentalmente mujeres, saben que en las Hermanas de la Cruz no sólo tienen
una ayuda material o física, también espiritual, saben que pueden contar con
ellas para todo.
Atención
a los pobres
La puerta de su convento está siempre
abierta para atender a los que menos tienen y con su vida de amor y su entrega
son sal en el mundo, testimonio de pobreza, de desprendimiento, de humildad, de
vida religiosa íntegra y coherente.
“Hay muchísima gente pidiendo. Por
alimentos viene mucha gente”. Sólo en Navidad han atendido a más de 250
familias de la capital. También dan mantas, se paga la luz, el agua, el
alquiler, “lo que buenamente se puede”, siempre conociendo los casos, las
situaciones personales y familiares… 28 familias reciben a diario, en el
convento, leche y pan. Cada persona que acude a pedir ayuda tiene detrás una
historia de sufrimiento, aseguran.
El Banco de Alimentos de Ciudad Real les
da con mucha frecuencia, siempre que lo necesitan. Y lo demás, proviene de las
limosnas. “La gente de Ciudad Real es muy generosa con nosotras, pedimos
limosna de puerta en puerta y son muchos los que se acercan hasta nuestro
convento para darnos su donativo que nos permite comprar alimentos, ropa,
útiles de aseo y limpieza…., lo que sea necesario”.
Además, esta pasada Navidad numerosas
instituciones, empresas, colegios, asociaciones, hermandades y hasta partidos
políticos, como PP y VOX, han llevado a las Hermanas de la Cruz los alimentos
recogidos en las diversas campañas solidarias promovidas.
“En Ciudad Real la gente nos quiere,
somos muy queridas; puede haber alguien que diga que damos a quien no lo
necesita pero nuestra labor es sembrar y el fruto que lo recoja quien quiera”.
El
día a día de las 8 Hermanas de la Cruz
La Compañía de la Cruz es una
congregación religiosa de vida mixta, son “contemplativas en la acción”, como
le gustaba decir a su fundadora Son Ángela de la Cruz. La congregación, de
marcada impronta franciscana, presenta un espíritu fuertemente contemplativo:
Santa Misa, Oficio Divino, dos horas diarias de oración, rosario, prácticas
devocionales comunitarias y personales… De este modo “vivimos intensamente
unidas a Dios para poder darlo con palabras y obras a los demás, tenemos una
vida llena de oración”.
A las 6 de la mañana ya están en pie. Y
hasta las once de la noche rezan, atienden enfermos y mayores, piden limosna,
están volcadas en los pobres, viviendo como ellos, desprendidas de todo. En el
convento no hay calefacción, a excepción de la capilla, ni televisor, ni
internet… El dormitorio es un cuarto común donde descansan, juntas, las
hermanas.
“Nuestra vida de comunidad es muy
importante para nosotras. Tenemos ratos de recreo en los que cosemos, hablamos,
nos reímos…, somos felices, tenemos la alegría de los hijos de Dios, no hace
falta tener muchas cosas materiales para ser feliz, le felicidad no consiste en
tener sino en dar, cuanto más se da más feliz se es, esto es una realidad”.
Su vida es muy de comunidad, de hecho no
salen solas a ningún sitio, siempre de dos en dos. Decía Santa Ángela que
debían de ser una el ángel de la guarda de la otra. “Mientras vamos por la
calle siempre hay una hermana que va hablando, haciendo el apostolado, y la
otra se dedica a rezar por su compañera”.
A priori parece una vida dura pero ellas
la aman. “Yo la amo, es mi vida, es mi vocación, es un regalo de Dios, una
gracia que el Señor me ha dado. También es duro una familia y unos hijos pero
como existe el amor se hace muy llevadero; pues eso pasa también con nuestra
vida religiosa. Nadie sabe lo feliz que se es cuando de verdad se quiere y se
ama a Dios, quien mejor que Él nos puede dar la felicidad”.
Siguen, al pie de la letra, el carisma
de su fundadora que, 145 años después, sigue estando actual, respondiendo a las
necesidades de la sociedad y viviendo el Evangelio de forma radical. “Esto es
posible porque el carisma viene de Dios, es Él quien mantiene el Instituto,
igual que las vocaciones”.
Falta
de vocaciones
Al igual que en otras muchas
congregaciones religiosas las Hermanas de la Cruz también afirman que faltan
vocaciones. “La familia no existe, éste es uno de los primeros motivos y una
realidad, hoy sólo se tiene un hijo, como mucho dos”. Además, subrayan, la
sociedad “tiene mucho ruido y la gente no quiere escuchar a Dios”.
“También es cierto que hay gente muy
buena y una juventud extraordinaria que quiere radicalidad, no les gusta lo
light, quieren vivir de verdad, pero vivimos en una sociedad en la que no se
habla de Dios y así no lo pueden conocer”.
Lamentan que entre todos se esté
construyendo una sociedad negativa, sin esperanza, sin valores, sin futuro “y
todo porque no queremos que Dios exista pero en cada persona siempre pesa más
lo bueno que lo negativo”.
La conversación dura poco más de una
hora y el timbre de la puerta del convento no ha parado de sonar. “La gente viene
aquí a buscar consuelo, a hablar de Dios, a pedir y a traer”. Estas ocho
hermanas, con el amor y la humildad por bandera, están volcadas en los pobres,
viviendo como ellos y desprendidas de todo, llamadas a una vida de abnegación,
penitencia y caridad, teniendo como base la fe y el amor a Dios y a los demás.