Cuanto deseo el olor
a incienso y a madera
cuántas llagas de dolor
llevan tus trabajaderas.
Tú estás arriba azotado
con la espalda amoratada
yo abajo, muy cansado
sin poder verte la cara.
Tú me ayudas a seguir
cuando las fuerzas me fallan
y la gente que ahí abajo
te miran, rezan y callan.
El golpear de un llamador
nos recuerda tus azotes
la derecha más atrás
no mezáis más, ¡que no bote!
Y cuando todo termina
en Quevedo, anochecido
lleno me voy de Bondad
dolor y amor recibido.
Alejandro Simón Castillo. Diario “Lanza”, 9 de abril de 1995, Extra de Semana Santa