El origen de la
advocación del Consuelo se halla íntimamente ligada a la vida de San Agustín,
sintetizada en una piadosa tradición: Santa Mónica derramaba muchas lágrimas
por su hijo Agustín, desviado de la fe que ella le transmitiera siendo niño. La Virgen le habría consolado en su oración
ferviente anunciándole la vuelta de su hijo a la Iglesia y le exhortó a
expresar su penitencia vistiendo hábito negro y ciñéndose con una correa del
mismo color. (por ello es muy habitual en las iglesias de la familia agustina
encontrar imágenes de la Virgen María mostrándole una correa a San Agustín y a
su madre Santa Mónica).