Este pregón está dividido en tres partes. La primera es la vivida en primera persona de cómo fue posible poner en la calle nuestra Hermandad y su primer desfile procesional. La segunda son unas pinceladas al pasaje bíblico del paso de la Flagelación, con un escrito que es una narración de amor a Jesús. Y la tercera hace referencia al paso de palio de la Virgen del Consuelo, con sorpresa para muchos hermanos, espero.
Dice así:
“El
amor de contentar a Dios y la fe, hacen posible lo que por razón natural no lo
es”, palabras de Santa Teresa de Jesús, y es que tenía que hacer mención de
Santa Teresa de Jesús aprovechando su V Centenario, ya que fue un 15 de octubre,
fiesta de Santa Teresa, hace ya 25 años, cuando fue bendecida nuestra titular
María Santísima del Consuelo por el carmelita Ismael Martínez Carretero en
Sevilla, en el taller del escultor Manuel Ramos Corona de la calle Regina.
Ahí comenzó todo para nuestra Hermandad.
Y todo estaba previsto, ya que Dios
mandó cubrir con el Espíritu Santo a María para que naciera un niño, Jesús, que
proclamara la Palabra, y con su Pasión y Crucifixión redimiera los pecados de los hombres,
cumpliéndose el Trino (Padre, Hijo y Espíritu Santo), y tenemos que dar gracias
por revelárnoslo a los fieles, tal y como recoge el Evangelio según San Mateo:
“Te doy gracias, Padre, señor del cielo y la tierra, porque has escondido estas
cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Porque
todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y
nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.
Cargad con mi yugo y aprender de mí, que soy manso y humilde, porque mi yugo es
llevadero y mi carga ligera”.
Y copio de Antonio Machado:
Nuestras horas son minutos
Cuando esperamos saber
Y siglos cuando sabemos
Lo que se puede aprender.
NUESTRO
PRIMER DESFILE PROCESIONAL
Permitirme que comience estas palabras
desde la visión de quién estuvo desde el primer momento en los prolegómenos,
negociaciones, gestiones, fundación e inicio procesional de nuestra Hermandad.
Recuerdo que todo empezó allá por el año
1989, dando a conocer Luis Martínez, nuestro Presidente de Honor, que tenía una
Virgen en una habitación en su casa, a la cual le daba culto los miércoles y se
rezaba un rosario por parte de algunas feligresas. Allí acudimos Emilio y una
serie de personas, para realizarle un reportaje en Tele Onda de Ciudad Real.
Luis Martínez nos la presentó como la
Virgen del Consuelo, vestida con un sayo azul claro y un manto blanco de raso,
y nos participó que hacían excursiones a Madrid para peregrinar. En
conversaciones posteriores se dialogó en sentido de procesionarla, a lo que su
propietario se vio en la necesidad de buscar personas que fueran capaces de
llevar a tal término ese menester, y asumió la responsabilidad Emilio Martín
Aguirre .
La primera salida procesional de la
actual Ilustre, Humilde y Fervorosa Hermandad y Cofradía de Nazarenos de
Nuestro Padre Jesús de la Bondad y María Santísima del Consuelo, data de 27 de
marzo de 1991, a pesar de estar aprobada su fundación desde 1983 por el Obispo
Rafael Torija de la Fuente, quedando adscrita a la parroquia de Santiago
Apóstol, desde 1983, de ahí que su XXV Aniversario se celebrase el pasado año.
Pero lo curioso de ésta nuestra
Hermandad es que desde su casa de culto, en la calle de la Estación número 2,
siendo su fundador José Luis Martínez Aragón, hizo su primera estación de
penitencia desde el Regimiento de Artillería de Información y Localización,
actual Rectorado de la Universidad de Castilla-La Mancha, con la Virgen del
Consuelo, bajo el nombre de la Cofradía del Amor Fraterno.
Hay infinidad de anécdota de este primer
desfile procesional, que deseo reseñar por haberlo vivido en primera persona.
El regreso a la cochera del cuartel fue
también accidentada, la presidencia se retiró en las Terreras, y la banda de
música se quiso ir también, por lo que hubo que renegociar sobre la marcha
hasta completar la estación de penitencia.
Fue histórico, y ahí empezó a ponerse
los pilares de lo que le ha llevado a ser la Hermandad de Penitencia más
importante de Ciudad Real, cambiando canónicamente de parroquia a la de Santo
Tomás de Villanueva, creando un estilo auténtico sevillano y consiguiendo el
paso de misterio más grande con Nuestro Jesús de la Bondad.
Somos pionero en muchas cosas (desfilar
sin guantes, en silencio, crear casa de Hermandad, nuevos recorridos, primera
banda de música de Sevilla, etc, etc) y un sinfín de cultos que ha marcado el
paso al resto de Cofradías, y todo bajo la presidencia del que ha sido su único
Hermano Mayor, Emilio Martín Aguirre, con el gozo de la adulación por el
trabajo bien hecho, al cual se le debe mucho, como cabeza visible, tanto
nuestra Hermandad como la propia ciudad por el impulso de nuestra Semana Santa.
Algunos se preguntaban ¿cómo se podía
poner en la calle tanto hedonismo cirenaico de clase en un acto tan popular?,
pero maravilla de la mano humana plasmó un carácter ecléctico caracterizado de
elementos historicista tradicional del
siglo XX.
Veinticinco años nos contemplan, en un
recorrido largo, arduo, espinoso, llenos de sinsabores, pero que ha merecido la
pena, y que nos anima a seguir en línea ascendente.
Bendita Ciudad Real
de tus calles medio apagadas
Llenándose la noche de luz
Al paso de nuestra Amada.
Sale sin atrio ni boato
Procesionando en silencio,
Con cera blanca en llama
Y poca atención ciudadana.
Al sol de la media tarde,
Tu cuerpo de azul y grana.
Se mecía entre azucenas,
Entre lirios y entre malvas.
Va recorriendo sus calles,
En cada esquina parada,
Para dar paso a los coches
Al no ser carrera oficiada,
Marcando desde el principio
Un estilo que le dio fama.
Llega a la Terreras
Donde le espera la comitiva
Religiosa y ciudadana,
Y su primera banda de música
de Ciudad Real quien acompaña,
Con la banda de tambores
y trompetas de Castilla-la Mancha.
Dos filas de cirios,
Nerviosos y en silencio,
Rachean su voto de fe
Hasta limpiar sus almas.
Lejos el sol declinada
Las nubes en el ocaso,
Eran negras, eran pálidas,
Dejamos la calle afuera,
Entre piedras y entre ramas
Llegamos en su trono real
Hasta su improvisada casa…
Y un beso… oscuro…, sin nombre,
Me dejo la boca amarga.
Luto, entierro, nubes grises,
En aquella madrugada.
Y vi como tus mejillas
Negro charol de gitana,
Llenaba de luz mis ojos,
Quebrados por tu mirada.
Mi corazón la atraviesa
Tus ojos como dos lanzas,
Y entre tus labios maduros
Siento perderse mi alma.
Encontré mi corazón
Clavados por mil espadas
Los ojos se me nublaron…
Sentí correr dos lágrimas.
La
Flagelación
Flagelación es una forma de castigo
corporal y tortura que consiste en golpear fuertemente el cuerpo con flagelos,
que suelen ser látigos, correas, cuerdas o varas.
La flagelación ha sido usada en todos
los tiempos y todas las épocas. El reo lo sufría en la Sinagoga ante tres
jueces y recibía trece azotes con un látigo armado de tres correas.
En Grecia y Roma, la flagelación era más
atroz aún y más infamante que la fustigación y sólo se aplicaba a los esclavos
y criminales condenados a morir en la cruz, ocurriendo muy frecuentemente que
el reo falleciese de los azotes.
Lo escribe San Pablo de Jesucristo: “Se
anonadó a sí mismo tomando forma de esclavo”, lo que apostilla San Bernardo con
estas palabras: “No sólo tomó la forma de esclavo para someterse a otro, sino
de mal esclavo, para ser azotado”.
Estaba acostumbrado a ser tratado como
un personaje hiperbólico a merced de los rumores, y el matiz no era baladí en
este repaso biográfico. El intérprete, Jesús, no defrauda, ya que se trata de
narrar un pasaje temporal del pasado que se hace presente y sigue viva la
historia para todo aquél que tenga oídos para oír, ya que es especial el
vínculo de su historia para todos los cristianos.
Cierto que la flagelación fue el
tormento más cruel y el que más abrevió la vida de nuestro Redentor, porque la
gran efusión de sangre, predicha en San Mateo: “Esta es mi sangre de la
alianza, por muchos es derramada”, fue la principal causa que aceleró su muerte.
Este suplicio fue para Jesucristo
vergonzoso y humillante, porque era suplicio reservado a los esclavos, por lo
que los tiranos, después de condenar a muerte a los mártires, primero los
azotaban y después les quitaban la vida; en cambio, nuestro Señor fue antes
azotado que condenado a muerte. Durante su vida había predicho a sus discípulos
que sería condenado a esta muerte cruel: Será entregado a los gentiles y
escarnecido..., y después de azotarle le matarán, anunciándoles el gran dolor
que había de experimentar en este tormento.
En el diario de Santa Faustina Kowalska,
en Polonia, escribió sus apariciones, y sobre la Flagelación plasmó:
"...mientras celebraba la Hora Santa, vi al Señor Jesús sufriendo la
flagelación. ¡Oh, que suplicio inimaginable! Cuán terriblemente sufrió Jesús
durante la flagelación! Oh pobres pecadores, ¿cómo se encontrarán el día del
juicio, con este Jesús a quien ahora están torturando tanto? Su Sangre fluyó
sobre el suelo y en algunos puntos la carne empezó a separarse. Y vi, en la
espalda algunos de sus huesos descarnados… Jesús emitía un gemido silencioso y
un suspiro", está recogido en su Diario, con el apunte 188.
San Pablo, el Apóstol de los Gentiles,
nos dice: Murió el "hombre viejo" (cf. Rm 6,6.11; Flp 3,10). Nace el
"hombre nuevo" (2Cor 5,17; Gal 5,1). Ahora la vida de Cristo es su
vida (cf. Col 2,12-13; Rm 6,8; 2Tim 2,11). Está plenamente identificado con EL
(cf. Flp 3,12). Ofrece su vida con su Señor en su misterio de pasión, muerte y
resurrección (Rm 6,3-4), para completar lo que falta en su propia carne a la
pasión de Cristo (cf. Col 1,24). Está lleno de agradecimiento porque Cristo
"se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20; cf 1,4; Ef 5,2; Jn 10,10).
Del Santo Rosario, el Segundo Misterio
Doloroso: Después del prendimiento de Jesús en el Huerto, lo llevaron a casa
del Sumo Sacerdote; Pedro y otro discípulo lo fueron siguiendo, y se quedaron
en el atrio. Allí empezó el proceso religioso contra Jesús, que lo condenó a
muerte, por reconocer que era el Mesías de Israel y por confesar que era
verdadero Hijo de Dios.
Las autoridades judías no podían por sí
mismas ejecutar esa sentencia; por eso, cuando amaneció, llevaron a Jesús ante
el procurador romano y se lo entregaron. Pilatos, al saber que Jesús era
galileo y por tanto súbdito de Herodes, se lo remitió; pero éste, después de
mofarse de Jesús, se lo devolvió. El relato de San Lucas nos dice que Pilatos
convocó a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, y les dijo: “Me
habéis traído a este hombre como alborotador del pueblo, pero yo le he
interrogado delante de vosotros y no he hallado en este hombre ninguno de los
delitos de que le acusáis. Ni tampoco Herodes, porque nos lo ha remitido. Nada
ha hecho, pues, que merezca la muerte. Así que le castigaré y le soltaré”. Toda
la muchedumbre se puso a gritar a una: “¡Fuera ése, suéltanos a Barrabás!”.
Éste había sido encarcelado por un motín que hubo en la ciudad y por asesinato.
Pilatos les habló de nuevo, intentando librar a Jesús, pero ellos seguían
gritando: “¡Crucifícale, crucifícale!”. Por tercera vez les dijo: “Pero ¿qué mal
ha hecho éste?. No encuentro en él ningún delito que merezca la muerte; así que
le castigaré y le soltaré”. Pero ellos insistían pidiendo a grandes voces que
fuera crucificado y sus gritos eran cada vez más fuertes. Finalmente, Pilatos,
queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás, condenó a Jesús, mandó
azotarle y lo entregó para que fuera crucificado.
Suena el himno nacional,
Y sale el Cristo de la Flagelación,
A las calles de Ciudad Real,
en marcha procesional.
La ciudad presta atención,
sobresalta el corazón
verte atado a la columna
por los hombres cerrazón.
Muerte que el alma apena,
el caballo se desboca
liberando la condena.
Y una oración en mi boca
hacia tu cuerpo inerte
llega a tu figura barroca,
profundidad de mi mente,
sólo deseo quererte
tomar tu pan candeal
y me acojas en tu suerte
cuando llegue mi final.
Esta es toda mi oración,
que musito en Ciudad Real,
Cristo de la Flagelación.
Hay un escrito místico, de la alemana
Ana Catalina Emmerich, sobre el libro "La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor
Jesucristo", que plasma la Flagelación de Jesús de una manera tan bella y
amorosa que quiero resaltar: “Pilatos, juez cobarde y sin resolución, había
pronunciado muchas veces estas palabras, llenas de bajeza: "No hallo
crimen en Él; por eso voy a mandarle azotar y a darle libertad". Los
judíos continuaban gritando: "¡Crucificadlo! ¡crucificadlo!". Sin
embargo, Pilatos quiso que su voluntad prevaleciera y mandó azotar a Jesús a la
manera de los romanos. Al norte del palacio de Pilatos, a poca distancia del
cuerpo de guardia, había una columna que servía para azotar. Los verdugos
vinieron con látigos, varas y cuerdas, y las pusieron al pie de la columna.
Eran seis hombres morenos, malhechores de la frontera de Egipto, condenados por
sus crímenes a trabajar en los canales y en los edificios públicos, y los más
perversos de entre ellos hacían el oficio de verdugos en el Pretorio. Esos
hombres crueles habían ya atado a esa misma columna y azotado hasta la muerte a
algunos pobres condenados. Dieron de puñetazos al Señor, le arrastraron con las
cuerdas, a pesar de que se dejaba conducir sin resistencia, y lo ataron
brutalmente a la columna. Esta columna estaba sola y no servía de apoyo a
ningún edificio. No era muy elevada; pues un hombre alto, extendiendo el brazo,
hubiera podido alcanzar la parte superior. A media altura había anillas y
ganchos. No se puede expresar con qué barbarie esos perros furiosos arrastraron
a Jesús: le arrancaron la capa de irrisión de Herodes y le echaron casi al
suelo. Jesús abrazó a la columna; los verdugos le ataron las manos, levantadas
por alto a un anillo de hierro, y extendieron tanto sus brazos en alto, que sus
pies, atados fuertemente a lo bajo de la columna, tocaban apenas al suelo. El
Señor fue así extendido con violencia sobre la columna de los malhechores; y
dos de esos furiosos comenzaron a flagelar su cuerpo sagrado desde la cabeza
hasta los pies. Sus látigos o sus varas parecían de madera blanca flexible;
puede ser también que fueran nervios de buey o correas de cuero duro y blanco.
El Hijo de Dios temblaba y se retorcía como un gusano. Sus gemidos dulces y
claros se oían como una oración en medio del ruido de los golpes. De cuando en
cuando los gritos del pueblo y de los fariseos, cual tempestad ruidosa, cubrían
sus quejidos dolorosos y llenos de bendiciones, diciendo: "¡Hacedlo morir!
¡crucificadlo!". Pilatos estaba todavía hablando con el pueblo, y cada vez
que quería decir algunas palabras en medio del tumulto popular, una trompeta
tocaba para pedir silencio. Entonces se oía de nuevo el ruido de los azotes,
los quejidos de Jesús, las imprecaciones de los verdugos y el balido de los
corderos pascuales. Ese balido presentaba un espectáculo tierno: eran las
sotavoces que se unían a los gemidos de Jesús. El pueblo judío estaba a cierta
distancia de la columna, los soldados romanos ocupando diferentes puntos, iban
y venían, muchos profiriendo insultos, mientras que otros se sentían conmovidos
y parecía que un rayo de Jesús les tocaba. Algunos alguaciles de los príncipes
de los sacerdotes daban dinero a los verdugos, y les trajeron un cántaro de una
bebida espesa y colorada, para que se embriagasen. Pasado un cuarto de hora,
los verdugos que azotaban a Jesús fueron reemplazados por otros dos. La sangre
del Salvador corría por el suelo. Por todas partes se oían las injurias y las
burlas. Los segundos verdugos se echaron con una nueva rabia sobre Jesús;
tenían otra especie de varas: eran de espino con nudos y puntas. Los golpes
rasgaron todo el cuerpo de Jesús; su sangre saltó a cierta distancia, y ellos
tenían los brazos manchados. Jesús gemía, oraba y se estremecía. Muchos
extranjeros pasaron por la plaza, montados sobre camellos y se llenaron de
horror y de pena cuando el pueblo les explicó lo que pasaba. Eran viajeros que
habían recibido el bautismo de Juan, o que habían oído los sermones de Jesús
sobre la montaña. El tumulto y los gritos no cesaban alrededor de la casa de Pilatos.
Otros nuevos verdugos pegaron a Jesús con correas, que tenían en las puntas
unos garfios de hierro, con los cuales le arrancaban la carne a cada golpe.
¡Ah! ¡quién podría expresar este terrible y doloroso espectáculo!. La horrible
flagelación había durado tres cuartos de hora, cuando un extranjero de clase
inferior, pariente del ciego Ctesifón, curado por Jesús, se precipitó sobre la
columna con una navaja, que tenía la figura de una cuchilla, gritando en tono
de indignación: "¡Parad! No peguéis a ese inocente hasta hacerle
morir". Los verdugos, hartos, se pararon sorprendidos; cortó rápidamente
las cuerdas, atadas detrás de la columna, y se escondió en la multitud. Jesús
cayó, casi sin conocimiento, al pie de la columna sobre el suelo, bañado en sangre.
Los verdugos le dejaron, y se fueron a beber, llamando antes a los criados, que
estaban en el cuerpo de guardia tejiendo la corona de espinas”. Eran las nueve
de la mañana cuando acabó la flagelación, y lo que no se explicaba es el rostro
de paz y amor de Jesús.
Pretorio, calvario, látigo, espinas y
crucifixión.
De tu piel que es bondad,
Vas ofreciendo besos en las mejillas,
A tus fieles cristianos,
Que saben de tu alegría.
Ya os lo venía avisando,
Y no lo quisisteis creer,
Nuestros pecados fueron tuyos
Y con amor los limpié.
Nací para morir,
Y dirimir el mal de los pecados.
¡Cuánto amor en mi sufrir,
Perdonando los causados!.
Cuanto poder mal vertido
Al inocente castigar
Pero estaba ya escrito
Que debía con su muerte
Brindar una muestra de bondad.
No murió por nada
Ya que su padre le avisó,
Que con la Resurrección
Un nuevo Mundo comenzó.
No me abandones de día,
De noche tampoco quizás,
Que tu imagen, tu recuerdo,
A mi tumba he de llevar.
La
Virgen del Consuelo
Consuelo o Consolación es un nombre
propio femenino de origen latino en su variante en español. Proviene del latín
consolatio (consuelo, alentamiento), de consolor (consolar, reconfortar). Tiene
su origen en la advocación mariana de la Consolación de la Virgen María.
El nombre de Consuelo hace pensar en
cercanía con el afligido, fortaleza para compartir el dolor ajeno, compañía
para ahuyentar la tristeza de la soledad. María, elevada al cielo, “brilla ante
el pueblo peregrino de Dios como signo de segura esperanza y consolación”
(LUMEN GENTIUM, 69 -Luz de las gentes-), que es una de las 4 constituciones
promulgadas por el Concilio Vaticano II. El 69 nos habla sobre constitución
dogmática de la Iglesia, y nos dice y anima a dar culto a la Virgen Madre de
Dios.
En las letanías del Rosario, la Iglesia
invoca a María como consuelo de los afligidos, porque el título mariano por
excelencia es el de madre de Dios y madre nuestra. Como madre, particularmente
atenta a los hijos que sufren.
Nuestra Señora de Consolación o Virgen
del Consuelo es una advocación mariana venerada por los católicos, incluida en
la de Mil Vírgenes. Los preceptos a la Virgen son tres: 8 de diciembre
(Purísima), 1 de enero (Santa María Madre de Dios) y 15 de agosto (Asunción de
Nuestra Señora), y la traducción cristiana recoge esta advocación en tres
variantes: 1º Virgen del Consuelo; 2º Virgen de la Consolación y 3º Virgen de
la Consolata. La devoción a María bajo
la advocación de Nuestra Señora de la Consolación es universal y de larga
tradición. Sobre todo en la Familia Agustiniana, que completa el título mariano
hablando de Nuestra Señora de la Consolación y Correa. La correa hace
referencia al hábito agustiniano.
Se llama Virgen de Consolación a la
imagen que representa a la madre de Dios en la tradición cristiana, y que alude
a ésta como defensora del mundo cristiano, narrado en el último libro del Nuevo
Testamento, para el consuelo de los bautizados.
María del Consuelo refleja una leve
tristeza templada de suave esperanza, maternal como consoladora de los
afligidos. La imagen tiene en cuenta los colores: el manto de la Virgen de un
azul intenso indica su gloria en el cielo; el borde dorado simboliza su
participación en la gloria de Dios y el rojo, expresa la realeza. En
definitiva, representa a María y su Hijo estrechamente unidos: quien encuentra
a María, encuentra a Jesús, y quien encuentra al Hijo encuentra a la Madre.
María, Reina de todo lo Creado y la de
Jesús. Las tres estrellas sobre el manto de la Virgen son signo de la
virginidad de María antes, durante y después de la concepción de Jesús. El
anillo en su dedo es expresión de autoridad y poder: Ella es la Madre del
Salvador, vencedora de todo mal. Por último, las dos aureolas que manifiestan
la santidad y la gloria de Cristo y de María, obtenidas por medio de la cruz.
En las letanías del Rosario, la Iglesia
invoca a María como consuelo de los afligidos, porque el título mariano por
excelencia es el de madre de Dios y madre nuestra.
Varales y costaleros
En acto de penitencia,
Hombres bravos y fieros,
Bailan tu magnificencia.
Y tu dolor compartido
Acompañan con cadencia
El calvario de tu hijo herido,
Sin pecado concebido.
Por tu divina clemencia
Perdonas el mayor pecado,
Matar a quien has dado
La vida por anunciación.
Miércoles de Pasión,
Quiero alargar mi mano
Que me anegues de ilusión
De tu corazón cercano.
Nobilísima virtud
Reconfortar al humano
Amor, libertad y salud
Para un verdadero cristiano.
Cuando el momento se acerque
De entregar mi alma al cielo,
Hipocorística Consolación,
Quiero tener a mi lado
A la Virgen del Consuelo,
al Cristo de la Flagelación
Y a la Morena del Prado.
He dicho. Muchas gracias.