JESÚS,
DE MARÍA
El día 21 del mes de
Octubre, a eso de las 7,30 de la tarde se presentó en la sacristía de la
parroquia el Hermano Mayor de la Cofradía de la Flagelación, D. Emilio Martín
Aguirre, y me dijo lo siguiente: “Antonio, tengo que decirte tres cosas”. Yo le
respondí: “Emilio, tenemos ahora una reunión muy importante para la parroquia y
no quiero estar distraído con problemas. Ya me lo dirás”.
Como podéis suponer, no
me obedeció. Me informó de las dos primeras y, vale, no eran de mucha
relevancia. Y la tercera: “La Junta Directiva de la Cofradía -por unanimidad-
te ha propuesto para que hagas este año nuestro Pregón Cofrade”. Se me escapó
un NOOO rotundo. Y lo típico en estos casos: “No sé hacerlo, me supone dedicar
mucho tiempo en esas fechas…Os agradezco mucho el detalle, pero discúlpame ante la Junta Directiva. No se trata de un
desprecio, sino de reconocer mi incapacidad para ese menester”. Y así, terminó
la conversación.
Ya en casa, por la noche,
tenía como un “bulle-bulle” en mi interior, dándole vueltas al asunto. Así que,
al día siguiente llamé a Emilio y le dije que me diese un par de días para
reflexionar. Mal asunto, cuando dices que necesitas un par de días para
reflexionar, ya puedes darte por vencido. Pensé que es mucho lo que la
Parroquia y yo mismo tengo que agradecer a esta Cofradía, y que sería una buena
ocasión para darle las gracias. Así que, me bastaron dos días para reflexionar
y decir que SÍ.
Y aquí estoy, como un
espontaneo que sin conocer la medida ni la retórica cofrade, se lanza al albero
irresponsablemente, sin haber estudiado el oficio de pregonar, y sin premeditar en las crónicas que los sesudos
entendidos puedan publicar al día siguiente sobre la faena realizada. Pero el corazón agradecido
está por encima de la ortodoxia del pregón y de las normas al uso.
Y, por eso AQUÍ ESTOY.
MARÍA
Y JESÚS NIÑO.
Soy María, hija de
Joaquín y de Ana, de la estirpe de David, nacida en Nazaret de Galilea. Por
designio de Dios soy la madre de Jesús de Nazaret, y por voluntad de mi hijo
soy también vuestra madre.
Ahora no vivo en Nazaret,
vivo en el hogar de mi Jesús, en el Cielo. Dios ha querido que la vida de Él y
la mía formen una unidad indisoluble: Desde antes de nacer, en la vida y
después de morir, yo, la Madre, y Jesús, mi Hijo, un mismo corazón, un mismo
destino, porque así lo quiso Dios.
En estos días pasados habéis estado pensando en Mí. Desde finales del mes de Enero. Bueno, queríais saber de mi Hijo Jesús, porque el culmen de vuestros actos litúrgicos se centran en Él. Pero tenéis más confianza con la Madre. Normal. Y a Mí me vuelve loca hablaros de mi Jesús.
En el hogar de mi Hijo, el cielo, siempre hay mucho ajetreo, siempre estamos recibiendo a nuevos familiares. Hoy es un día más tranquilo. Y como en la eternidad no hay límites ni para el espacio ni para el tiempo, he quedado con vosotros, con todos los hermanos de vuestra cofradía, que llamáis “De la Flagelación”. (A pesar de estar en la Gloria, no puedo evitar un escalofrío de hielo reviviendo la flagelación de mi Jesús).
Os recibo entrañablemente. Estáis en vuestra casa, conmigo. La casa de la madre siempre es la casa de los hijos. Uno de vosotros, cuando me rezabais en el Triduo de Enero, me suplicó: “Madre, háblanos de Jesús”, llévanos cerca de É”, que pronto lo vamos a venerar”. Bueno, de mi Jesús ya tenéis muchísimos datos y materiales que os están sirviendo para conocerlo más y mejor. Yo os hablaré como Madre, y sabéis que las madres siempre hablamos desde el corazón. He preparado el álbum familiar para hacerlo.
--Y con la ayuda de ese
álbum se fue hilando nuestra conversación. ¿Recordáis?
Yo estaba prometida con José, un joven vecino de Nazaret, pero natural de Belén. Nos conocíamos desde siempre. Ya sabéis toda la historia: Yo embarazada antes de contraer matrimonio, por obra del Espíritu Santo, y mi prometido José no quiso repudiarme, ni formar un escándalo entre los vecinos Todo se lo aclaró un ángel de Dios y, como me quería tantísimo, asumió su compromiso de padre del niño que se gestaba en mí.
Un día tuvimos que ir a Belén. Por motivos políticos del emperador Augusto. Unos 115 kilómetros de Nazaret a Belén y una semana de travesía. Cuando llegamos, estaba todo ocupado. Un vecino nos ofreció una cuadra donde poder guardarnos del frío y descansar José, yo y nuestra burra. Y en esta situación se me cumplió el tiempo y di a luz a mi Jesús.
La cuna de mi niño no estaba perfumada con ramitas de hierbabuena, ni adornada con madroños de Jericó, ni trenzada con juncos de las orillas del Jordán. El olor que recuerdo era el de los animales que allí se cobijaban. Mi niño no tuvo cuna. Un pesebre donde comían las bestias y unas pajas por colchón.
José, en silencio, se afanaba en acercar las ovejas más grandes a mi niño para que le diesen calor…Y la pequeña cuadra quedó llena de lana, de balidos y del acre olor a rebaño.
TODO COMENZO EN BELÉN.
Viendo así al hijo de mis entrañas, mi fe en los designios de Dios tomó tintes oscuros y amargos. Y la espada que me iba a traspasar el alma que me profetizó el anciano Simeón, empezó a sembrar dentro de Mí su primer dolor.
En este pesebre-cuna caben todos los niños del mundo, y todos son mi Niño Jesús. Acurrucados junto a Jesús están Izán y Rubén, que llegaron oscuros y embarrados y que ahora resplandecen de blancura, iluminados por la luz de mi Jesús; y el otro niño, Kamal, que vino meciéndose por las olas en las orillas del mar, como una hoja seca arrancada violentamente de su árbol. Angelitos con alas de barro de Valencia y del agua del Mediterráneo que vuelan hacia el taller del Alfarero. Niños abandonados, perseguidos, comprados y vendidos, violados, abortados. SON MI JESÚS.
VENID NIÑOS A ESTA CUNA,
Niños, arco iris de este mundo cruel, niños blancos, amarillos, negros…de todos los colores. Venid a llenar esta cura de calor y de inocencia.
Venid, niños de la tierra, del este, del oeste, del norte y del sur. Del primer y del tercer mundo: Venid a construir un solo mundo, uno solo…Una sola patria de patrias hermanas; una sola tierra de tierras hermanas.
Niños de la tierra: venid para hacer callar los tambores de la guerra y hacer surgir el grano dorado de la inocencia, para preparar el pan de la paz, compartido en todas las mesas de la tierra.
VENID, NIÑOS, AL PESEBRE CUNA DE MI JESÚS, que Yo os meceré y os cantaré nanas, para que descanséis en la casa gloria de mi Jesús.
Apenas tuve tiempo para recuperarme del parto y tuvimos que emigrar a Egipto:690 kilómetros. Un rey tirano tenía celos de mi criaturita y quería quitarle la vida. Mi José fue alertado de nuevo por el mensajero de Dios y huimos de Belén. Por el camino un camellero que iba también hacia el sur, da alcance a nuestra pequeña caravana y nos informa: Herodes ha mandado matar a todos los niños de Belén. Ninguno ha escapado.
Yo estrechaba a mi niño contra mi pecho y el corazón parecía salirse de él. Contemplo tantos rostros de niños conocidos de Belén y no puedo quitarme de mi cabeza los alaridos como de locas de las madres que, con los ojos desorbitados, contemplan los cuerpos ensangrentados de sus hijitos. Y acompaño a las madres que, junto al mar, despiden a sus hijos que marchan hacinados en pateras, cayucos o neumáticos hinchables huyendo de nuevos tiranos. Muchas madres, como yo, que no volverán a abrazar a sus hijos, muertos y sepultados en el cementerio de los mares. Son mi Jesús.
De fondo se escuchan los misereres que entonan las voces negras de un grupo de supervivientes, con sus ojos fijos en los cuerpos flotantes sobre el mar:
No me llames extranjero porque haya nacido lejos, o porque tenga otro nombre la tierra de donde vengo.
No me llames extranjero, si en el amor de una madre tuvimos la misma luz, en el abrazo y el beso.
No me llames extranjero porque tu pan y tu fuego calman mi hambre y mi frío, y me cobija tu techo.
No me llames extranjero porque nací en otro pueblo, tenemos el mismo grito y el mismo cansancio viejo.
No me llames extranjero, que es una palabra triste. Es una palabra helada, huele a olvido y destierro. Mírame bien a los ojos, mucho más allá del odio, del egoísmo y el miedo. Y verás que soy un hombre como tú, con alma y con cuerpo.
José contempla a María que camina doblada en dos, porque la espada profetizada por Simeón se le ha hendido un poco más.
Esos corderitos inocentes han salvado la vida de mi Jesús. Como anticipo de que mi Jesús, el Cordero inocente, también con su martirio sangriento, les devolverá la vida.
Pasado el peligro que acechaba a mi Hijo, pudimos volver a Nazaret.
ADOLESCENCIA Y JUVENTUD DE JESÚS.
Egipto fue nuestro refugio durante unos años hasta regresar a nuestra tierra. Y Nazaret fue para mí el tiempo más hermoso de mi vida. Vida oculta, sencilla, familiar, viendo cómo crecía mi Jesús en estatura, en sabiduría, en gracia… Yo sabía muy bien quién es ese niño que se hacía adolescente entre amigos y vecinos, que participaba de las correrías y juegos propios de la edad. Como cualquier madre me sentía orgullosa de haberlo parido y la tentación de apropiármelo me rondaba. Pero sabía que no era mío….Mi Jesús iba creciendo y yo me sentía cada vez más pequeña ante Él.
Nuestra humilde casa era como un sagrario donde acampó la divinidad. Era como estar en la gloria, cuidando de Dios, alimentando a Dios, enseñando el oficio de carpìntero a Dios, orando juntos al Padre Dios… Saber descubrir la presencia de Dios en las cosas más comunes: si Dios estaba conmigo y con José, en nuestra casa, en nuestras cosas…todo era divino. Cielo y tierra estaban fundidos. Yo estaba ya viviendo en el cielo cuidando de mi Jesús.
¿Cuántas veces en la tierra nos sentimos tentados a considerar el trabajo, el pan, el deber y las obligaciones como vacías de Dios, indiferentes…Pero no es así. Si mi Jesús está presente en tu trabajo, tu trabajo es sagrado. Si él está en tus obligaciones, tu deber es oración, si en tu casa está mi Jesús, tu casa es verdadera Iglesia.
Entrando en la adolescencia mi tentación de ser una madre posesiva recibió un duro golpe. Una de las veces que fuimos a Jerusalén, Él se entretuvo en el templo y no se presentó a nuestra caravana a la hora del regreso. Angustiados fuimos a buscarlo y al encontrarlo, nos dijo la razón de por qué se había retrasado: Pero, ¿es que no sabéis que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre?
No es sencillo para una madre digerir que el hijo que se ha gestado y salido de sus entrañas no le pertenece. Pertenece a Dios, y yo que me inclinaba a pensar que aquel adolescente era mío, mío…debía llegar a aceptar que mi Jesús era para todos, de todos…
Yo en Nazaret era María sencillamente, José era el carpintero, y mi hijo, Jesuá. Bueno, mi hijo tenía un apodo: sus amigos le llamaban Jesuá Jesed, que quiere decir JESÚS BONDADOSO. Vosotros, cofrades, le llamáis JESUS, EL DE LA BONDAD. A mí no me sorprende que así se le llame de generación en generación, porque las entrañas de Dios son Bondad y Misericordia, y mi Jesús es la encarnación de las entrañas misericordiosas de Dios. Sus amigos no llegaban a alcanzar esa realidad. Yo lo sabía, aunque no lo entendía muy bien. Son las cosas misteriosas de Dios.
Ya os he dicho que a mí en Nazaret me llaman María. Vosotros, por el amor que me tenéis y porque os parece simple ese nombre, me llamáis como os brota del corazón: Prado, Trini, Soledad, Reyes, Estrella, Macarena, Dulce Nombre Angustias…Incluso con apelativos que, a veces me sonrojan: La morena, la guapa, la reina, la señora…En ocasiones me sonrío en mis adentros, porque no sé si habláis con alguna de mis vecinas o con María de Nazaret. A mí no me molesta, porque el amor de los hijos hacia la madre suele ser descontrolado.
Pero hay un nombre con el que me llamáis que, cuando lo escucho, siempre vuelvo la cabeza: CONSUELO!.
¡Tantas veces en mi vida he necesitado ser consolada, que comprendo perfectamente cuando en vuestras vidas necesitéis de mi consuelo!
Consuelo, Paiporta; consuelo, Catarroja; consuelo, Letur; consuelo, Alfajar; consuelo, El Palmar; consuelo, Israel; consuelo, Palestina; consuelo, Gaza; consuelo, Ucrania; consuelo, Rusia consuelo, Sudán; consuelo, El Chad;…Desde el hospital, consuelo; desde la cárcel, consuelo; para los hijos rotos, consuelo…Para, para, para… El mundo es un sonido en estéreo repitiendo consuelo, consuelo. VOSOTROS, MIS HIJOS, LAMADAME SIEMPRE CONSUELO.
MARÍA Y JESÚS ADULTO
En Nazaret mi Jesús se hizo un hombre adulto. Y por cómo veía que organizaba su vida, yo intuía que había llegado LA HORA. Yo lo estaba esperando con temblor desde el día en que en Caná me lo dijo: “Aún no ha llegado mi hora”.
Estaba próximo el día en que teníamos que ir a Jerusalén a celebrar la fiesta de Pascua. Nosotros nos preparamos para ir en familia. Mi Jesús iría con sus amigos íntimos: Doce hombres que, por razones que no conozco bien, lo habían dejado todo y prácticamente convivían con El.
Un día se levantó más temprano que de costumbre y, como hacía a diario, se retiró a las afueras para estar con su Padre, Dios. Cuando regresó se lavó con el agua fresca del pozo, vistió su cuerpo con la túnica sin costuras que yo le había bordado. Olía a mirra, áloe y acacias, y se había suavizado el cabello con aceite perfumado… EL MÁS BELLO DE LOS HOMBRES.
Pero en los ojos llenos de luz de mi Jesús se adivinaba un presagio de tormenta negra. Las madres presentimos todo lo que les puede ocurrir a nuestros hijos y la profecía del anciano Simeón volvió a aparecer: “Y a Ti una espada te atravesará el alma”.
Se acercó a mí y me abrazó, corazón con corazón. Nuestros corazones latían frenéticamente y se hablaban sin palabras… Él me besó en la frente y yo le besé las mejillas
Y sobre ese beso de Madre, puro, lleno de ternura, humedecido con las lágrimas que me brotaron, se posó después otro beso helado, sucio como un pecado mortal: “ Amigo, con un beso entregas al Hijo del Hombre”?
Griterío, llamas de antorchas en la oscuridad, chirríos metalizados de espadas, blasfemias y carcajadas…Y perros a la caza de mi Jesús. Prendido como un malhechor y maniatado como un criminal.
Esa misma noche mi Jesús sirvió de entretenimiento para la juerga de unos soldados borrachos. Caricatura de rey con cetro de caña y corona de espinos, harapos mugrientos como manto real, ojos, boca y nariz hinchados, amoratados y ensangrentados, como el maquillaje perfecto para aquella chirigota de carnaval.
Tras la noche de juergas y borracheras, apareció la foto de la tragedia: ESTE ES EL HOMBRE. ECCE HOMO ¡ Mi Hijo, el más bello de los hombres no tiene aspecto humano. Como una piltrafa asquerosa, ante la que se vuelve el rostro porque da repugnancia el mirarlo.
Es el rostro de todos mis hijos rebajados a la condición de gusanos. Cada bofetada que recibió mi Hijo la recibían también mis hijos de la tierra. En su rostro de ecce homo estaban marcados todos los pecados de la humanidad, de las cobardías e injusticias, de los abusos de unos sobre otros, de los deseos de hacer desaparecer de la humanidad los rostros de la bondad. Inocentes condenados a vivir arrastrados, expulsados del jardín del Edén. La maldad en guerra permanente contra el bien. Y, como un trueno enrabietado, la voz nítida de mi Jesús “Lo que hicisteis con uno de estos, los más humildes, conmigo mismo lo hicisteis”.
Desde la calle se oían los chasquidos de los látigos mezclados con los quejidos angustiosos que apenas podían salir de los pulmones de mi Jesús. La sangre y los despojos de carne que arrancaban los flagelos mezclados y por el suelo. Yo, que como hacemos las madres, he chupado las gotas de sangre que salían de sus rodillas cuando se caía en los juegos para que no se perdiera ni una gota , y ahora la contemplo pisoteada, sucia, sirviendo de carnaza para aquella bandada de buitres que la acechan, como para darse el gran banquete. No me dejaron siquiera que pudiera recogerla para que ninguna gota de su sangre fuera profanada…
Y sobre su espalda en carne viva, una inmensa cruz. Mi Jesús está acostumbrado al tacto con la madera. No sentía su aspereza, ni su roce astillado, ni el peso de los troncos que la formaban. En su caminar hacia el monte del AMOR SUPREMO lo que le hacia caer una y otra vez era lo que iba prendido en la cruz: El peso de toda la maldad del mundo, el peso de todos los pecados que uno pueda imaginar. Se caía y se volvía a levantar buscando más pecados entre la chusma que lo acompañaba. Que ningún pecado se quede fuera de esa Cruz! Porque no había venido a condenar, sino a salvar. El Cordero de Dios que quita todo el pecado del mundo.
En la escalada que lo llevaba al Gólgota, hubo un momento en que experimentó la compasión y la ternura: el contacto con un lienzo limpio, fresco, suave con el que una mujer limpió y acarició lo que quedaba de su rostro. Cuando mi Hijo se lo devolvió se habían grabado todos los rostros de los que a diario cargan con las pesadas cruces que los aplastan. No sé cómo ese lienzo llegó a mis manos. Se lo he entregado a mi Jesús, que cada día se transforma en los rostros en los que también están marcados en el lienzo de la Verónica.
AMO, SEÑOR, TUS SENDAS, y me es suave la carga que en mis hombros pusiste.
Pero a veces encuentro que la jornada es larga, que el cielo ante mis ojos de tinieblas se viste.
Que el agua del camino es amarga, es amarga. Que se enfría este ardiente corazón que me diste,
Y una sombría y honda desolación me embarga, y siento el alma triste, y hasta la muerte triste.
Mas, entonces me miras y se llena de estrellas, Señor, la oscura noche.
Y detrás de tus huellas, con la cruz que llevaste, me es dulce caminar contigo.
Yo también formaba parte de esa procesión del VÍA CRUCIS que presidía mi Jesús. Alejada de las turbas y de los curiosos, el sufrimiento de mi Hijo era también el mío. A pesar de la muchedumbre, los dos sabíamos donde estábamos cada uno y nos mirábamos y seguíamos besándonos y abrazándonos en la distancia. Cada mirada era el bálsamo que suavizaba el fuego de nuestras heridas, y nos levantaba del suelo y llenaba de energía lo que nos quedaba de cuerpo para poder llegar hasta el Gólgota del mayor dolor.
Sostenían mis piernas la Magdalena y Juan, y así, los tres, enrollados uno con otro como un ovillo, llegamos al final de esa vía dolorosa.
EN EL MONTE CALVARIO el cielo se había vuelto negro de muerte y un viento recio sonaba como aullidos de lobos y la amenaza de una repentina tormenta amenazaba aquel atardecer.
Los soldados tenían prisa y ganas de terminar. La cruz en el suelo, el cuerpo desnudo de mi Jesús sobre ella, martillazos sobre los rudos clavos que se hacían paso entre los tejidos y huesos de sus brazos y pies. Y la cruz con mi Hijo levantada en lo más alto del monte, como si fuera el trofeo que exhibían los vencedores de aquel circo sacrílego.
Por compasión hacia los tres, los soldados nos dejaron acercarnos hasta la Cruz. Ni un instante dejamos de contemplar su rostro: machacado, sucio, ensangrentado, irreconocible, pero sereno, impresionante, majestuoso, con una belleza inexplicable, sin una mueca de odio, la faz de la bondad infinita, con la leve sonrisa de un cadáver que ya sabe las consecuencias de su muerte
Apenas podíamos escuchar
unos balbuceos que salían de la boca de mi Jesús. Yo sabía muy bien que hablaba
con su Padre, porque le había sido obediente hasta la muerte , y una muerte de
Cruz.
Mi
Jesús agonizaba. Y antes de morir, sus ojos se entreabrieron para mirar hacia
el cielo: “ Padre, todo se ha cumplido”, “ A tus manos encomiendo mi espíritu”.
Otra mirada hacia abajo, a la tierra, a los hombres y mujeres: “Por vosotros y
por vuestra salvación”. Y la última mirada a Juan y a mí, su Madre: “ Hijo, ahí
tienes a tu Madre. Madre, ahí tienes a tus hijos”.
Y
así murió. Los soldados querían asegurarse de que
estaba muerto antes de marcharse. Y uno de ellos cogió una lanza y le atravesó
el corazón. En ese momento yo sentí en el mío la espada profetizada por el anciano Simeón que me había
atravesado el alma de manera definitiva.
Agua y sangre brotaron de
su divino Corazón, como ríos de misericordia y de perdón. Agua purificadora y
sangre redentora de las que
nacieron en el Calvario los abrazos
reconciliados entre Dios y todo el universo.
Sangre
de Cristo embriágame, agua del costado de Cristo lávame, pasión de Cristo confórtame.
Me entregaron el cuerpo de mi Jesús. Lo abracé, y lo acurruqué sobre mis rodillas. Besé sus llagas, acaricié su carme machacada y me pareció notar cómo se estremecía aún al roce de los labios de su madre. Su cuna de nacimiento fue un pesebre sucio y frío; su lecho de muerte, el seno de su Madre.
RESURRECCIÓN.
Al tercer día de su
muerte, de madrugada, mis amigas María
Magdalena, Juana, Salomé fueron al sepulcro para limpiar y perfumar el cuerpo
muerto de mi Jesús. Y yo, en casa, en la dulce espera, confianza en las
palabras de él: “ El Hijo del Hombre tienes que padecer y morir, y al tercer
día resucitará”. Siempre he guardado todas sus palabras en mi corazón, y ya era
el tercer día…
Y
apareció mi Hijo, con su rostro resplandeciente como el sol
de la mañana, con su túnica preferida y su olor a mirra, áloe y acacias. El más
bello de los hombres! Con su abrazo y
mis besos desapareció la espada de mi alma para siempre. Le besé en las
mejillas para borrarle el recuerdo del beso traicionero de Judas.
Jesús de pie sobre la
muerte, vencedor de su muerte y de las nuestras, el amor venciendo al odio, a
las injusticias, a todo el pecado del mundo. El amor DIOS sobre todo el desamor
del hombre. “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo, no para
condenar y vengarse, sino para que el mundo se salve”.
Jesús, el grano de trigo
enterrado y podrido, que al morir se convierte en la espiga granada, en el
cuerpo resucitado que nos alimenta para que nunca pasemos más hambre, ni sed.
Mi Jesús no quiso que yo
diese más detalles de nuestra nueva vida. Estaba inquieto por volver al seno del Padre. Había reconciliado al
mundo con Dios, había concluido su obra.
Y
se despidió. “No os dejo huérfanos…En el
hogar de mi Padre hay muchas estancias y voy a prepararos sitio. Volveré y os
llevaré conmigo, para que donde esté yo, estéis también vosotros”.
A
mí me llevó la primera y desde entonces vivo en su hogar, en el cielo. Yo,
la más humildes de las siervas, y ahora coronada de estrellas, encumbrada en
los cielos como Reina y Señora de todo lo creado.
Si tengo que hablar de
títulos, el más grade es ser la Madre de Jesús, mi Dios y Salvador, y no por
mérito alguno , sino porque Dios, en su infinita misericordia se ha fijado en
la sencillez de mi existencia.
En el cielo ya no hay
historia, ni pasado, ni futuro: Todo es la contemplación de Dios. Y
contemplando su rostro proclama mi alma diciendo: “Tú eres mi Señor, no ha felicidad fuera de Tí”.
Hemos
llegado a la última fotografía y cerramos el álbum. No es la historia de un
muerto. Es la historia del Hijo de Dios, que pasó por la muerte, y que vive
resucitado para siempre.
Cuando
penséis en mi hijo, no recordéis a un difunto. “Por qué buscáis entre los
muertos AL QUE VIVE? No está aquí. ¡HA RESUCITADO!
Queridos hijos e hijas de
la Flagelación de mi Jesús, el bondadoso. Él os tiene preparado vuestro sitio
en el cielo, para que podáis gozar eternamente de su compañía y de la mía. Yo
soy la puerta del cielo e intercedo por vosotros para que podáis entrar.
HACED LO QUE ÉL OS DIGA.
Antonio Ruiz Pozo, Consiliario de la Cofradía de la Flagelación.