martes, 5 de diciembre de 2017

LA FUERZA EVANGELIZADORA DE LA PIEDAD POPULAR



Un aspecto importante de la evangelización es la religiosidad popular o piedad popular, como han preferido llamarla Pablo VI y Francisco. Lo primero a tener en cuenta es que la situación en que se encuentra la religiosidad popular no es la misma en unos continentes que en otros, debido al mayor o menor grado de increencia, secularización y paganismo existentes en los diversos pueblos.

En la exhortación Evangelii gaudium el papa Francisco pone de relieve que los pueblos que han inculturado el Evangelio son agentes de evangelización porque al trasmitir su cultura trasmiten, al mismo tiempo, la fe entrañada en ella. Desde este principio recobra importancia la piedad popular porque al ser «una verdadera expresión de la acción misionera espontánea del Pueblo de Dios», cuyo agente principal es el Espíritu Santo, en ella «subyace una fuerza activamente evangelizadora que no podemos menospreciar».

Estaríamos ciegos si no viéramos en la religiosidad popular sus límites. Comprobamos que está expuesta a deformaciones religiosas, incluso a la superstición, y que con frecuencia se queda en simples manifestaciones culturales  sin  que  sus  prácticas  lleven a una adhesión sincera a la fe. En ocasiones,  cuando  los  dirigentes  no  son  verdaderamente  cristianos  tienden  a  valorarla  simplemente  como  expresión  de  la  tradición  y  costumbre populares. Por estas y otras razones,  durante  un  largo  tiempo,  se  ha  mirado  la  religiosidad  popular  con  desconfianza.


Fue Pablo VI quien dio a la religiosidad  popular  un  impulso  decisivo  en la exhortación Evangelii nuntiandi. En las últimas décadas está siendo  objeto  de  revalorización  porque,  entre otros muchos valores, «refleja una  sed  de  Dios  que  solamente  los  pobres  y  sencillos  pueden  conocer»,  acrecienta la generosidad y el sacrificio y destaca la providencia paternal y  amorosa  de  Dios.  Es  más,  el  papa  Francisco hace suya una cita del Documento  de  Aparecida  en  el  que  los  obispos  latino-americanos  afirman que  la  piedad  popular  «es  una  manera legítima de vivir la fe, un modo de  sentirse  parte  de  la  Iglesia  y  una  forma de ser misioneros».

En esta hora de la nueva evangelización, tenemos que hacer un esfuerzo conjunto para corregir, alentar y fortalecer la piedad popular con el fin de que sus expresiones sean verdaderos cauces evangelizadores y misioneros. A los pastores nos corresponde acercarnos a la piedad popular «con la mirada del Buen Pastor que no busca juzgar sino amar».

Tomas Villar Salinas