Queridos
diocesanos:
Quiero dirigirme con mucho respeto y con
un gran cariño a cuantos de vosotros y vosotras disfrutaréis en los próximos
días con los desfiles procesionales que saldrán a las calles de nuestras
ciudades y pueblos. Me gustaría poder ayudaros a comprender el verdadero
sentido de las imágenes con las que os vais a encontrar. Estoy convencido de
que quizás a muchos no os voy a decir nada que no sepáis de antemano, porque la
enseñanza de la Iglesia sobre este tema está más que repetida, sobre todo en el
Catecismo de la Iglesia Católica. Entiendo, no obstante, que merece la pena
volver a recordarla, con un sencillo resumen, en estos días previos a la Semana
Santa y provocar así vuestra actitud y reflexión sobre cómo situaros ante lo
que ven vuestros ojos.
1.
Qué son las imágenes para los católicos.
En esta carta catequesis pretendo
explicar qué son las imágenes para un católico. Y lo primero que quiero
deciros, ya de entrada, es que las imágenes son un puente entre lo que vemos y
el misterio que evocan; son un signo de lo divino, de lo religioso, de lo
espiritual, de lo sobrenatural. Es verdad que cualquier imagen material no
podrá nunca expresar plenamente lo que representa; sin embargo, lo hace intuir
y percibir. Además, las imágenes nos abren el camino para un encuentro personal
con Jesucristo y nos permiten incluso mantener una relación con Él. A partir
del encuentro con una imagen se puede abrir el camino de la búsqueda de Dios y
disponer el corazón y la mente al encuentro con Cristo.
2.
La imagen de Cristo, icono por excelencia.
Como veis, siempre cito a Jesucristo
como el representado por cualquier imagen sagrada. Y es que el valor y
significado de toda representación religiosa tiene sentido por la Encarnación
del Hijo de Dios, que inauguró una nueva relación con el Dios invisible. Todas
las imágenes tienen como finalidad anunciar a la persona, el mensaje y la obra
de Cristo, siendo Él el Revelador perfecto de Dios Padre y Salvador único
permanente del hombre y del mundo. “La imagen de Cristo es el icono por
excelencia. Las demás, que representan a la Santísima Virgen y a los santos,
significan a Cristo, que en ellos es glorificado” (Compendio, n. 240). La
Virgen María y los santos son los reflejos luminosos y los testigos atractivos
de la belleza singular de Jesucristo. Estos reflejan, cada uno a su manera,
como los prismas de un cristal, los matices del diamante, los colores del arco
iris, la luz y la belleza originaria del Dios amor. De ahí que la imagen que
ven nuestros ojos siempre nos lleva a encontrarnos con Jesucristo y, por Él,
descubrimos la gloria de Dios. De la única y perfecta Imagen se derivan las
demás imágenes.
Fue, como acabo de deciros, en la
Encarnación del Hijo de Dios donde y cuando se inauguró una nueva relación de
nuestro mundo visible con el invisible. Dios mismo se ha hecho ver en la carne
y ha vivido con los hombres. Así nos lo recuerda Jesús: “quien me ha visto a mí
ha visto al Padre” (Jn 14, 9). Por eso, nosotros podemos tener una idea de Dios
de lo que hemos visto en Jesucristo. En realidad, las imágenes se pueden
venerar, porque el Hijo de Dios, se hizo hombre y tuvo un corazón humano, un
rostro humano.
3.
Las imágenes traducen el Evangelio.
No obstante, para que se pueda producir
un encuentro con Jesucristo a través de nuestras imágenes se tienen que dar
unas condiciones que lo garanticen. El primer requisito es que en la creación y
veneración de las imágenes se cuide con esmero de que traduzcan el mensaje
evangélico. “Los artistas de cada tiempo han ofrecido a la contemplación y el
asombro de los fieles los hechos salientes del misterio de la salvación,
presentándoles en el esplendor del color y en la perfección de la belleza”
(Cardenal Joseph Ratzinger, Introducción al Compendio del Catecismo de la
Iglesia Católica). Las imágenes están, por tanto, al servicio de la Palabra
revelada de Dios, que siempre es cercana y familiar, como también lo es por las
imágenes que la muestran. Palabra de Dios e imagen se iluminan mutuamente. Así
nos lo enseña la historia: los cristianos para anunciar el mensaje se han
servido de una manera especial de los catecismos no escritos, como la Biblia
pauperum, es decir, la representada en imágenes. “Las imágenes son sermones
silenciosos y libros para ilustrados por todos fáciles de entender” (San Juan
Damasceno).
4.
Las imágenes son vehículos para la oración y la imitación.
Toda imagen expuesta a nuestra
veneración tiene como último referente la Palabra hecha carne, Cristo.
Contemplarla no sólo nos facilita el conocimiento de la persona y el misterio que
la imagen representa, sino que también irradia su presencia y nos invita a un
encuentro y a una comunión vital. De hecho, si la imagen nos presenta el
misterio de Cristo, también nos conduce hacia Él, para que le podamos alcanzar
con la alabanza y la súplica. Por el misterio de la Encarnación de Cristo, las
imágenes nos ponen ante la gloria misma del Dios viviente que escucha nuestra
oración; son una preciosa ayuda para la plegaria. “La belleza y el color de las
imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis ojos, del mismo modo que
el espectáculo del campo estimula mi corazón para la gloria de Dios” (San Juan
Damasceno en el siglo VIII). Las imágenes ofrecen a los creyentes un tema de
reflexión y ayuda para entrar en contemplación y en oración ante las escenas de
la pasión de Cristo que pueden ver sus ojos; incluso en medio de la calle se
puede producir un encuentro íntimo con la persona de Jesucristo.
Al entrar en comunicación con ellas,
también las imágenes facilitan, como es natural, nuestra imitación de Cristo.
Cuánto más frecuentemente se detienen los ojos en las imágenes, tanto más se
aviva y crece en quien lo contempla el recuerdo y el deseo de lo que allí está
representado para nuestra salvación. Lo que sí hemos de tener claro es que una imagen
no se venera por ella misma, sino por lo que representa; el honor se le tributa
no a la imagen sino a quien esa imagen nos acerca para que podamos conocerle,
amarle e imitarle.
5.
Lo que la Iglesia dice sobre las imágenes.
Esta breve síntesis de la doctrina sobre
las imágenes recoge la enseñanza de la Iglesia, que naturalmente ha ido
evolucionando poco a poco a lo largo de la historia de la Iglesia. Antes de
llegar a unos criterios claros que se convirtieran en norma para todos, hubo
que solucionar, poco a poco, algunas cuestiones doctrinales de suma importancia
para comprender si era plausible o no venerar las imágenes. Si las imágenes se
apoyan en el misterio de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, antes
naturalmente hubo que esclarecer la relación del Hijo con el Padre; y, una vez
resuelto eso, hubo que establecer la relación de las tres divinas personas en
la Trinidad de Dios. Sólo una vez desvelado por la teología ese misterio de fe,
se puede hacer el recorrido que va desde la imagen, pasando por el encuentro
con el Hijo, acompañados por el Espíritu, hasta llegar al mismo Dios invisible.
Así lo definió en el segundo Concilio de
Nicea, celebrado del 24 de septiembre al 23 de octubre del año 787, siendo Papa
Adriano I: “Definimos con todo rigor e insistencia que, a semejanza de la
figura de la cruz preciosa y vivificadora, las venerables y santas imágenes, ya
pintadas, ya en mosaicos o en cualquier otro material adecuado, deben ser
expuestas en las santas iglesias de Dios, sobre los diferentes vasos sagrados,
en los ornamentos, en las paredes, en los cuadros, en las casas y en las
calles; tanto de la imagen del Señor Dios y Salvador nuestro Jesucristo, como
de la Inmaculada Señora nuestra, la Santa Madre de Dios, de los santos Ángeles,
de todos los Santos y justos” (Directorio sobre la Piedad popular y la
liturgia, 238). Espero que con lo que os acabo de decir tengáis criterios para
conocer lo esencial sobre el valor y el sentido de nuestras imágenes y, sobre
todo, para saber cómo hemos de relacionarnos con ellas.
6.
Errores a evitar sobre las imágenes.
Considero, además, que es también muy
importante que conozcáis en lo que se refiere a las imágenes algo de lo que ha
sido problemático a lo largo de la historia de la Iglesia hasta nuestros días.
Los concilios y la teología fueron matizando de diversas maneras el sentido de
las imágenes, siempre buscando la autenticidad doctrinal y devocional, y
situándolas en la misión evangelizadora de la Iglesia. Es, por tanto, necesario
que cuantos tengan alguna responsabilidad en los modos de presentarlas eviten
reducciones y alteraciones que induzcan a errores e incluso a supersticiones.
Se deben evitar, por ejemplo, las comparaciones entre imágenes sagradas; la
excesiva preocupación por el deleite estético por encima de su mensaje
espiritual y religioso; el promover un humanismo antropológico de las imágenes
que las aleje de su sentido espiritual; el incidir en su carácter cultural y
folclórico, aunque siempre es bueno que lleven la huella de la propia cultura.
7.
El respeto a las imágenes.
En fin, el culto de las imágenes bien
orientado está destinado a dejar huella en sus devotos. Ellos las identifican y
también se identifican con cada una de sus devociones. Se puede muy bien decir
que cada imagen refleja, además de la vida de Jesucristo, la vida espiritual de
infinidad de fieles cristianos. Las imágenes se llevan en la memoria y en el
corazón de tal modo que calan en lo más íntimo y querido de los devotos. Por
eso, en el fondo, son el rostro de nuestra intimidad espiritual.
Cualquier imagen debe ser respetada por
ella misma y por lo que significa para aquellos que las veneran con devoción.
El que intencionadamente ofende una imagen, ofende a los devotos. Pero, sobre
todo, se ofende, cómo no, al misterio que representan las imágenes, aunque
quizás algunos sin responsabilidad por no saber a quién se está ofendiendo,
como sucedía con los que crucificaron a Jesucristo. Naturalmente, cuando estos
hechos suceden, la reacción de los cristianos siempre ha de estar a la altura y
en consonancia con el mensaje y los sentimientos que emanan de la imagen
bendita a la que se ha faltado al respeto. Por eso, por nuestra parte, además
de exigir el derecho fundamental de que sean respetados nuestros sentimientos
religiosos, hemos de ofrecer siempre el perdón, que es el culmen del amor que
nace del corazón de Cristo, el perdón es siempre una gracia. En circunstancias
como las aludidas, nunca hemos de olvidar que ya en la cruz el ofendido nos
enseñó a cómo responder ante quien nos ofende en Él y por Él.
8.
La devoción a las imágenes y la fe.
Es necesario, por eso, que las actitudes
interiores ante una imagen sean la consecuencia de una confesión de fe. La
relación de un cristiano con ellas se mueve en un clima de fe. En realidad, lo
más importante es siempre la relación entre las imágenes y la fe de los
creyentes. Estar ante una imagen de Jesús, de la Santísima Virgen o de los
santos necesita un clima humano, cultural y, sobre todo, espiritual, que haga
posible un verdadero encuentro de fe que transforme y dé un nuevo horizonte a
la vida. Es por eso que la relación con una imagen necesita de la gran riqueza
de la piedad popular. Y ya sabemos que cuando nos referimos a la piedad popular
pensamos en la manera particular que tiene una porción del Pueblo cristiano de
traducir en su vida el Evangelio según su genio propio, dar testimonio de la fe
recibida y enriquecerse interiormente.
El sentido evangelizador de las
imágenes.
Por eso, puede decirse que en la piedad
popular «el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo». La historia nos
muestra el uso evangelizador de las imágenes. La piedad popular es la verdadera
expresión de la acción misionera espontánea del Pueblo de Dios. Se trata de una
realidad en permanente desarrollo, en la que el Espíritu Santo es el agente
principal. En la piedad popular puede percibirse el modo en el que la fe
recibida se encarnó en una cultura.
Aunque en algún tiempo esto fue mirado
con alguna desconfianza, últimamente ha sido objeto de revalorización en las
décadas posteriores al Concilio Vaticano II. Pablo VI en su Exhortación
apostólica Evangelii nuntiandi le dio un impulso decisivo. En ella explica de
un modo bellísimo y certero que la piedad popular “refleja una sed de Dios que
solamente los pobres y sencillos pueden conocer” y que “hace capaz de
generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la
fe” (n. 48). También el Papa emérito Benedicto XVI, ya más cercano a nuestro
tiempo, señaló que se trata de un “precioso tesoro de la Iglesia católica” y
que en la piedad popular “aparece el alma de los pueblos”, refiriéndose en este
caso a los latinoamericanos (cf. Discurso de inauguración de la Conferencia de
Aparecida, 13 de mayo de 2007, n. 1).
9.
En el clima de fe de la piedad popular.
El Papa Francisco insiste de nuevo en
recordar el valor de la piedad popular en Evangelii Gaudium y dice de ella que
se trata de una verdadera espiritualidad encarnada en la cultura de los
sencillos y una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la
Iglesia, y una forma de ser misioneros (cf. EG 124). Recuerda, además, sus
posibilidades ante el proyecto pastoral de Iglesia en salida que nos propone.
Dice de la piedad popular: “conlleva la gracia de la misionariedad, del salir
de sí y del peregrinar” (EG 124).
Por eso el Papa da pautas pastorales
para acompañarla debidamente: “Ante esta realidad -dice Francisco- hace falta
acercarse a ella con la mirada del Buen Pastor, que no busca juzgar sino amar.
Sólo desde la connaturalidad afectiva que da el amor podemos apreciar la vida
teologal presente en la piedad de los pueblos cristianos, especialmente en sus
pobres. Quien ama al santo Pueblo fiel de Dios no puede ver estas acciones sólo
como una búsqueda natural de la divinidad. Son manifestación de una vida
teologal animada por la acción del Espíritu Santo que ha sido derramada en
nuestros corazones” (EG 125).
En esta referencia excepcional de
Evangelii Gaudium, Francisco continúa afirmando con rotundidad que la piedad
popular es fruto del Evangelio inculturado, en el que subyace una fuerza
activamente evangelizadora que no podemos menospreciar; de hacerlo sería
desconocer la obra del Espíritu Santo. Por eso, insiste en que estamos llamados
a alentarla y fortalecerla para profundizar el proceso de inculturación, que es
una realidad nunca acabada; al contrario, en este contexto de secularización en
el que nos movemos estamos llamados a hacerla de nuevo. Para eso, antes hemos
de aceptar que las expresiones de la piedad popular tienen mucho que enseñarnos
y que, para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar
atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización.
Las imágenes son, por tanto, predicación
evangélica. No podemos olvidar que en ellas se muestra la “religión del pueblo”
(cf. EG 126) naturalmente del pueblo de Dios, del pueblo cristiano, del pueblo
que encarna los valores a los que hizo referencia Evangelii Nuntiandi. Este
último calificativo de la piedad popular como lugar teológico es tan importante
y llama tanto a la responsabilidad, de un modo especial en nuestra tierra
andaluza, que de ninguna manera puede pasar desapercibido para cuantos se
mueven en este ámbito de manifestación de la vida cristiana.
10.
Las imágenes en los desfiles procesionales.
No quiero terminar esta reflexión sobre
nuestras imágenes sin situarlas allí donde se hacen presentes, en especial en
la celebración de la Semana Santa, en los desfiles procesionales. Lo dicho
sobre ellas hay que situarlo, sobre todo, en el entorno de nuestras Hermandades
y Cofradías, que son las responsables de llevar a la calle a nuestras
veneradísimas imágenes, en la variedad, riqueza y belleza que representan los
pasos de nuestros desfiles procesionales. Es necesario recordar que, del mismo
modo que las imágenes, también las procesiones se han de inspirar en la Biblia
y, por supuesto, en la liturgia, la Palabra que se celebra. Cuando manifestamos
nuestras imágenes hemos de ser muy conscientes del acontecimiento salvífico al
que se refieren y, por supuesto, a su actualización en la liturgia de la
Iglesia. En la calle van con las imágenes los que en la intimidad y en
comunidad viven su fe en torno a ellas y las celebran en sus parroquias. No
puede haber unos cristianos para la calle y otros para los templos. Por eso,
los cofrades se han de preparar interiormente en los cultos litúrgicos y
celebrar los acontecimientos pascuales que han de llevar, en nombre de sus
comunidades parroquiales, por las calles del pueblo o la ciudad.
Toda procesión es siempre un signo de la
condición de la Iglesia, pueblo de Dios en camino, que, con Cristo y detrás de
Cristo, marcha por las calles del mundo, en medio de la vida de la sociedad
civil, siempre en actitud de salida para anunciar el Evangelio de la salvación.
Por eso, el pueblo que acompaña a las imágenes ha de manifestar que es Iglesia,
que sirve en la Iglesia y en ella alimenta su fe por la escucha de la Palabra
de Dios; por la gracia que recibe en la vida litúrgica y, en especial, en los
sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación; por el amor y la comunión
de vida y compromiso que manifiesta en las relaciones corresponsables con todos
los miembros de la comunidad en la que habitualmente comparten fe y vida; por
el ejercicio de la caridad que todos realizan a favor de los pobres, en los que
ven a Jesucristo y en los que saben encontrar y servir durante el año en sus
necesidades y, naturalmente, por el testimonio de su fe en medio del mundo. Las
Hermandades y Cofradías están compuestas fundamentalmente por laicos cristianos
en medio del mundo.
11.
Reconociendo a Cristo en la Iglesia.
Sólo reconociendo a Cristo en la Iglesia
y, con ella, en los pobres y marginados, se tiene legitimidad para mostrarlo
como Aquel que ha de ser reconocido, amado y servido. No olvidemos nunca que
una procesión ha de manifestar siempre un modo de vida alternativo, el que
Cristo vino a traer al mundo, el del Reino de Dios. En las procesiones camina
un pueblo unido que ha de constituir en la sociedad un clima nuevo, el del
Evangelio, que es de fraternidad, de solidaridad, en definitiva, de caridad.
Esa era la intención de Dios al enviar a su Hijo: hacer del mundo su reino,
sembrado de valores que le den al hombre paz, felicidad, en definitiva,
salvación. Las procesiones no sólo provocan sentimientos, hacen también una
propuesta moral que invita a crecer en fidelidad al estilo de vida del
Evangelio.
No siempre, sin embargo, esto se hace
así. Por eso, la Iglesia, que alienta pastoralmente las manifestaciones de la
piedad popular, llama también la atención sobre los peligros que a veces
encierra un mal uso de lo sagrado: sobre todo cuando lo hacemos al estilo que
se aleja del misterio que le da sentido. Por eso, advierte sobre el peligro de
promover devociones olvidando que el verdadero cauce querido por Dios para
comunicarnos su gracia y encontrarse con nosotros son los sacramentos. Y le
entristece que se ponga más fuerza e interés en las manifestaciones externas,
en formas y actitudes, que en las disposiciones interiores desde las que hay
que acercarse a las que son manifestaciones de fe del pueblo cristiano. Le
duele mucho que se puedan convertir las procesiones en un mero espectáculo, a
veces sin conexión alguna con el misterio que se celebra, el de la muerte y
resurrección de Cristo, corazón de la fe.
Las imágenes han de llevar a nuestras calles
los valores más genuinos del Evangelio, los que identifican a Jesús y el
misterio de su vida, pasión, muerte y resurrección: la pobreza, la sencillez,
la austeridad, la solidaridad, el servicio, la entrega, la sanación, el
consuelo, la misericordia, la esperanza, la salvación, el amor y la alegría.
Las imágenes han de poner el Evangelio en nuestras vidas: “conviene manifestar
siempre el bien deseable, la propuesta de vida, de madurez, de realización, de
fecundidad, bajo cuya luz puede comprenderse nuestra denuncia de los males que
pueden oscurecerla” (EG 168). En fin, cuando una imagen inspirada por la fe se
ofrece al público, en el marco de una función religiosa, se revela como un
camino de evangelización y de diálogo.
12.
Al servicio de una bella catequesis.
Termino esta reflexión que acabo de
hacer para vosotros, pero no sin antes decir algo sobre la aportación de las
imágenes a una bella catequesis sobre los misterios de la fe. Me hago eco de la
historia de la presentación catequética de la fe, que siempre supo justamente
utilizar este medio como una forma de catequesis. Cuidad mucho lo que se hace
con nuestras imágenes y poned todo el esmero en cómo lo hagáis. Me refiero
ahora a la belleza sencilla y austera que tanto ennoblece nuestra Semana Santa
giennense. Prestad, sobre todo, atención al «camino de la belleza» (via
pulchritudinis) en la catequesis que presentamos en nuestras calles; ese es un
buen camino para expresar el misterio de Dios y del hombre y, por tanto, para
llegar al corazón de la gente.
Anunciar a Cristo significa mostrar que
creer en Él y seguirlo no es sólo algo verdadero y justo, sino también bello,
capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aun en
medio de las pruebas y dificultades de la vida. ¡Cómo alegra y consuela una
Pasión y una Cruz bien y bellamente mostrada! Todas las expresiones de
verdadera belleza pueden ser reconocidas como un sendero que ayuda a
encontrarse con el Señor Jesús. Si, como dice san Agustín, nosotros no amamos
sino lo que es bello, el Hijo hecho hombre, revelación de la infinita belleza,
es sumamente amable, y nos atrae hacia sí con lazos de amor. Solo así podremos
ser alegres mensajeros de propuestas superadoras, custodios del bien y la
belleza que resplandecen en una vida fiel al Evangelio (cf. EG 187).
13.
Un consejo para el encuentro con las imágenes.
A modo de ejemplo de cómo entrar en
contacto con nuestras imágenes ofrezco un extracto de algo que acabo de
escribir para el seguimiento de las procesiones de la Semana Santa giennense:
“Si se despierta en ti algún interés por entrar en contacto con algunas de las
imágenes que procesionan por nuestras calles, no lo dudes PONTE EN CAMINO.
Merece la pena dejarse llevar, no caminas sin rumbo, pero ORIÉNTATE bien;
notarás enseguida que en el ritmo de tus pasos algo te lleva a BUSCAR. Cuando
llegues frente a la imagen, ENCUENTRA. Ya sabes que encontrar es reconocer, es
saltar de alegría, es estar con el amigo deseado. Lo has logrado, estás con el
Amor, estás con quien te ama. Y si puedes, ve más allá e INTERPRETA, haz una
buena composición de la escena de la Pasión que contemplas. Procura ver lo que
el verdadero escultor de las imágenes, el Espíritu Santo, te quiere decir, y
descubre que frente a ti está Jesucristo mismo, bien acompañado por su Madre
Santísima y por otros testigos que participaron, en su entrega de amor.
RECUERDA ahora lo que has escuchado a lo largo de tu vida: que Jesús se te
ofrece para entrar en tu vida y salvarte. Y ahora sí, REZA, porque, mientras tú
hablas y le abres tu vida y le cuentas lo que te duele del mundo con sus
problemas, el Misterio que contemplas, que lleva el nombre de Jesús, siempre
escucha, abre su mano, te acaricia y con ternura amorosa se pone a tu lado y te
dice con un tono que sólo él puede poner: “comparto contigo todo lo que llevas
en el alma”.
14.
Nos sitúan en el camino de la Pasión de Cristo.
Si sigues este itinerario que te
recomiendo, te aseguro que algo va a cambiar en ti. Te ayudará a encontrarte
con Jesús, a contemplar y a hablar con su Madre, la Virgen María. Y estoy
seguro de que también te situarán en el camino de Pasión del Hijo de Dios,
cualquiera de las imágenes de los apóstoles y de los otros personajes que en
ella intervinieron. Todos colaboraron en este Misterio de una Cruz salvadora en
la que se muestra el amor de Dios.
Si me lo permites, déjame caminar
contigo. Rezaré por ti, reza tú por mí.
+
Amadeo Rodríguez Magro
Obispo
de Jaén (Cuaresma 2018)
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