En la Plaza de la Merced la noche se ha hecho dueña del ambiente y se agudiza el olor a incienso, clavel y cera. Estamos en el meridiano de la Semana santa y con ganas se espera a una hermandad joven que nos aporta todas, las ganas y realidades que bien le valdrían el título de “Hija y Maestra” De las hermandades de nuestra Semana de Pasión.
Por el Pasaje aparece la Cruz Guía, nazarenos
blancos de pureza avanzan lentamente sin prisas- pues la espera de todo un año así
lo desea. Mi respiración se vuelve más contenida, mi nerviosismo se acentúa y
me dejo inundar por un mar de sentimientos. Parece que no va a caber, pero ahí
está entrando triunfal el paso de Jesús de la Bondad fusión perfecta entre
capataz, costaleros y banda. Cristo amarrado a una columna, sobre un sangriento
monte de claveles rojos, está bondadoso en su suplicio y al venir y rendir
saludo a la Merced me siento a gusto y percibo que el sol ha aparecido en ese
momento, la Plaza y todos los que allí estamos somos iluminados por el Sol de
la Bondad:
Diríase que camina
que tiene tacto, pulso y latido
y tibieza en las manos
y paisaje en la mirada
es un hombre solo
Bondad según Ciudad Real.
Transcurridos unos instantes me transfiguro con el candor de tu semblante María del Consuelo, como una ascua de luz sale por el pasaje y lentamente se aparece ante nuestra presencia. Al fijarme en tu empalidecido rostro rezo una oración y que bien me siento contigo, te intentamos consolar con marchas, meciéndote como a una reina pero no hay consuelo posible para la Madre, cada nuevo latigazo te desgarra el corazón y abres las manos sin entender; caminas detrás, sin apartar tu mirada de Él.
Cuando ya enfilas la calle Toledo, la Plaza de la Merced se va quedando sola. Pero, aunque la oscuridad de la noche, volverá a retomar su puesto, en la Plaza seguirá brillando el sol del Miércoles Santo, el sol de la bondad y consuelo.
Y no te preocupes- ya verás cómo el año
que viene…
Con varales en volandas
entre saetas y cirios
y estrellas y rosas blancas
bajo Palio grana de silencio
con su llanto apenas lágrimas
abierta a los cuatro vientos
azules de nostalgia.
Dirán que lleva la Virgen
toda la luna en la cara
y el aire de abril rizado
sobre sus mejillas pálidas
y todo el consuelo grande
colgando de sus pestañas.
J.A. Simón. Diario “lanza”, 31 de
marzo de 1996, Extra de Semana Santa