Todo acaba de empezar, tan sólo hace
unas horas repartías tu cuerpo y tu sangre entre tus hermanos, en profunda
soledad y duda aceptabas el mandato del Padre en el Monte de los Olivos,
apresado por un beso y maniatado como un reo era conducido a tu destino.
Manos atadas por cuerda de pecados que te aferran a una sólida columna, cuerda y columna que siguen atándonos a soledades, insatisfacciones, a tener, a poseer el momento, ójala que nos sintiéramos liberados de éstas ataduras y en la columna contigo, con tu causa, nos sintiéramos ligados.
Castigo romano para tu cuerpo, tu carne
se rompe a latigazos, látigos que producen surcos de arado en tu desnuda
espalda, surcos que recogerán la semilla de nuestra fe y que con tu sangre
regarás para que germine.
Manos atadas por cuerda de pecados que te aferran a una sólida columna, cuerda y columna que siguen atándonos a soledades, insatisfacciones, a tener, a poseer el momento, ójala que nos sintiéramos liberados de éstas ataduras y en la columna contigo, con tu causa, nos sintiéramos ligados.
Lirio morado del Miércoles Santo,
cordero divino, faro en nuestro camino, maestro y hermano, cuando todo acaba de
empezar, cuando busco con ansia el ver tu cara hermosa y en cualquier calle
deseo tu encuentro para saciar mi sed. Nunca defraudas, siempre tienes la
capacidad de llenar de paz y hermosura nuestra monótona vida, siempre ante tu
encuentro nadie se queda igual sino que de nuestras entrañas resurgen las ganas
de seguirte, de no quedarnos anclados en unas pocas exigencias. Ante cualquier
travesía, tu paso, forma el madero central de la cruz, como anticipo de lo que
muy pronto ha de ocurrir y tu mirada hace reflejar toda la sumisión posible,
toda la aceptación de tu sacrificio, toda la bondad de tu palabra, mientras que
tu cuerpo es una y otra vez flagelado, con sarna, con castigo romano. Ante tu
sacrificio yo me avergüenzo del mío, de lo poco Cirineo que soy con mis
hermanos, del poco apego a mi persona y ante tu presencia sólo puedo pedir
perdón.
Cuando todo acaba de empezar, cuando el
Domingo de Ramos se nos fue muy deprisa por la impaciencia de la espera, cuando
el lunes recogimos toda la pasión del Vía Crucis, cuando el martes se hizo
esclavitud y esperanza, humillación y nerviosismo, llega el Miércoles santo y
te pido a ti, mi Cristo flagelado, mi Cristo de la Bondad, el de las manos a
una columna atado. Señor de Ciudad Real, que sigas cada año mostrándonos tu
sacrificio, para que nuestra débil carne se despegue de vanas ataduras y junto
a ti nos ligues en comunión divina.
J.A.
Simón (Publicado en la Memoria del Año 2000)